DE HISPALENSIS IMAGO FUNERIS
Miguel Ángel Yáñez Polo
José Antonio Mesa García
Cap. V: Terer día: Breve manual para suicidas
No es Sevilla una de las ciudades que existen más ideales para suicidarse. En general posee ciertas características, digamos preferenciales, a la hora de elegir el fin. A diferencia de otras ciudades, ha poseído una predilección particular por el ahorcamiento. De hecho, ha sido lo selectivo para muchos pueblos de la comarca, siempre más utilizado que el tirarse al tren, al río o desde la Giralda. El sevillano siempre buscó un método exacto, de escaso sufrimiento, y con unas variantes todas infalibles. Cierta dentera ha existido al escoger el método. De otra parte el nivel cultural ha excluido con mucha frecuencia, entre los catetos, sistemas de suicidio que necesitan una mínima formación cultural. De este modo, los envenenados químicos, se cuentan con los dedos de la mano. El elegir cloruro mercúrico, cianuro, etc., requiere de una información cultural que la mayoría de los ciudadanos ignoran aún hoy. Lo más que han hecho es tomar cerillos e incluso matarratas, dejando la finura del sublimado, la romántica dosis de arsénico, para ciertos colectivos con posibilidad de mayor información. Personas de distinta formación universitaria o artística son casi los únicos ejemplos de suicidio químico como Dios manda. Con cierta frecuencia la extrapolación química, desprestigiada ruralmente, ha conllevado fallos garrafales al tomar dosis menores o menos activas. Nadie quiere sobrevivir con el desprestigio existencial de un suicidio fallido. Desglosaremos en este capítulo los dos grandes métodos escogidos por los suicidas en Sevilla: el mecánico, con sus variantes, y el químico, con las suyas.
El suicidio mecánico es una verdadera especialidad. Se entiende como tal el uso voluntario de algún elemento mecánico que conduzca a la muerte. Entre sus variantes cuentan: la precipitación desde una altura hacia el suelo; la precipitación al agua desde un lugar elevado; uso de armas blancas y de fuego, tirarse a la vía del tranvía o tren; y muy especialmente, ahorcarse. Desglo-saremos brevemente cada uno de ellos.
En siglos pasados, la precipitación hacia el suelo fue sinónimo de “tirarse desde la Giralda”. El método siempre ha resultado infalible, no conociéndose ninguna persona que haya sobrevivido a su práctica. En realidad, ha sido un método romántico bastante utilizado dada la permisividad de acceso en otros tiempos. Esta variante física ha perdido toda su vigencia debido fundamentalmente a la restricción de horario y controles de visita, así como la protección con rejas. Las horas de entrada han originado visitas masivas de turistas, en bloque, en donde la intimidad necesaria para preparar el último acto casi no existe. De cualquier forma, como decíamos, el sistema está prestigiado a nivel de la población. Con frecuencia, coloquialmente, se habla en momentos de desesperación de “es como para tirarse desde la Giralda”. Tampoco existe una relación ni ningún trabajo que exponga la onomástica de los suicidados. Son pocos los nombres y apellidos que trascienden al mundo de los vivos. Sin embargo, cada generación conoce uno o dos casos, al menos, de vuelos de muerte. Por lo que de representación tiene, citaremos un caso popularmente conocido y protagonizado el 21 de enero de 1906 por el mozalbete de la Macarena, Manuel “el Quemao” quien, con sus dieciséis años, tenía a sus espaldas ser campanero de solemnidades de la torre. Frente a este tipo de suicidio “voluntario”, existe también una variante “involuntaria” y consecuencia de lo que en la hispalensía se llama “buscarse lo que no tiene”. En esta modalidad, quisiéramos comentar la consecuencia temeraria de muchas personas, retando a la naturaleza, de hacer lo que no pueden. Por ejemplo, la subida de la Giralda es un esfuerzo importante para muchos cuerpos, máxime si es en invierno y en condiciones climáticas adversas. Esta situación entra de pleno en “buscarse lo que no se tiene”. Y eso mismo hizo en 1684 el arzobispo de Sevilla don Ambrosio Spínola. Se empeñó, con su vetusta persona, en subir descalzo para, una vez en lo alto, dar la bendición a los cuatro puntos cardinales con el “lignun crucis”. Era una rogativa. Para que cesaran las inundaciones. Con lo cual, en plena riada, puede uno calcularse la humedad que existiría y el frío ventarrón en la altura del Giraldillo. Pese a todo, don Ambrosio, que hoy está enterrado en la Iglesia del Colegio de Becas, se empeñó en subir. Y subió. Y se expuso al ventarrón. Con los pies descalzos. Y se puso pipando. Y, como estaba previsto, cogió una pulmonía. Y en la pulmonía quedó. Mejoraron las inundaciones pero se le encharcaron los pulmones. Todo se consumó. Don Ambrosio Spínola, Arzobispo de Sevilla, se buscó en aquel enero de 1684 lo que no tenía.
Prácticamente, quitando alguna que otra azotea, la Giralda es el edificio suicida por antonomasia. La limpieza del salto, la facilidad para precipitarse, han estado tan afamadas que explica su interés en otras épocas. De la Torre del Oro, de los edificios más altos de Sevilla, no existe historia suicida. Sin embargo, nuevas construcciones de altura de la ciudad, como es el caso del Puente del V Centenario, empiezan a tener ya su pequeña historia necrológica. Desde el popular “Paquito” han iniciado el viaje de la muerte, desde su inauguración hasta el día de la fecha, dos personas. Dos jóvenes que se han tirado selectivamente a la base “sólida” del mismo.
¿Y qué podríamos decir de quien decide tirarse a las vías del tranvía o del ferrocarril momentos antes de pasar el vehículo?. También usado hasta los años sesenta, este método es bastante reciente en la ciudad y su suerte ha corrido paralela a la invención y perfeccionamiento de los coches. No hay suicidas anteriores a 1885, fecha en la que aparecen los primeros tranvías eléctricos en la ciudad. Sus precursores, los llamados “tranvías de sangre caliente” o de tracción animal, nunca fueron de elección para suicidarse. Poca gente se ha matado por ese sistema. El arrollamiento por los caballos y el escaso peso de la carcasa no han sido de elección por lo incierto de sus resultados. En cambio, los tranvías eléctricos aportaron la seguridad de una mortalidad más elevada. La envergadura de los mismos, el enorme peso de los vagones y la fuerza eléctrica desarrollada, demostraron que era un método seguro, aunque no limpio. Mucha gente se ha suicidado en plenas calles, teniendo predilección el hacerlo en la de Imagen hasta su ensanche en los años sesenta. En el siglo XIX, hasta 1912, se usó mucho también el hacerlo en la estrecha calle Génova. La reforma urbanística de ensanches ha conllevado una decreciente mortalidad por este sistema. En líneas generales, el suicida sevillano, siempre ha buscado calles angostas, íntimas, y que, con poco esfuerzo, les permitiera la muerte. El advenimiento del ferrocarril, muchos años antes que los tranvías, fue el pionero en este tipo de suicidio. Sin embargo, ha tenido siempre la incomodidad de tener que ir al extrarradio, puesto que la variante de hacerlo en las estaciones, que también ha habido, siempre fue excepcional. Cuando se ha utilizado el tren ha sido en lugares como el trayecto a San Jerónimo, o en las cercanías de Dos Hermanas. Lo habitual ha sido “tirarse al tren” y no tirarse desde el tren. Esta última variante casi no se ha usado por la inseguridad de no lograr el objetivo.
Rango particular posee el tirarse al río Guadalquivir. Es más, es sinónimo de suicidarse saltando desde el Puente de Triana. Nadie se suicida tirándose desde San Telmo. En comparación con otro tipo de muerte mecánica, en especial con el ahorcamiento, este tipo de suicidios ocupa en su frecuencia un lugar de poca importancia. A nuestro juicio dos son las razones por las que esto ocurre. En primer lugar porque todo el mundo sabe que la muerte llegará tras un breve lapso de tiempo en el agua y, en segundo término, no es tan infalible como el tirarse de la Giralda, tirarse al tren o ahorcarse. Tirarse desde el Puente de Triana conlleva la idea de ser un sistema que hace sufrir antes de morir, por eso los suicidas sevillanos, en especial los depresivos, casi lo tienen excluido de su agenda. Además, el salto por la barandilla necesita una cierta agilidad para realizarlo. Históricamente el tirarse por el puente de Triana data desde 1853, mientras que la precipitación hacia el suelo, en especial desde la Giralda tiene siglos de historia. Es verdad que el tirarse por el Puente es más macabro que hacerlo desde la Giralda. La prueba es que en los últimos años los casos de suicidio por este sistema han mermado mucho.
Ahora bien, el método de elección clásico, secular, entre las diferentes capas rurales es el ahorcamiento. En los pueblos es casi exclusivo. No necesita la compra de producto químico alguno, ni siquiera el precipitarse o tirarse a una vía. Tal se ejercita, no se necesita más que una cuerda con su nudo corredizo, una silla o banqueta, y una viga. Pendiendo la soga de la viga, con un solo paso al vacío se consigue un efecto sin retorno. Ya hemos dicho que los índices de suicidio han disminuido muchísimo, sin embargo sigue siendo electivo en los pueblos, mientras que la precipitación al vacío o el suicidio químico van ganando adeptos en la ciudad.
El suicidio por arma de fuego es poco frecuente en Sevilla. Sin duda se debe a la legislación restrictiva que siempre ha existido en cuanto a la tenencia de armas por la población en general. Esto explica el porqué los raros casos que hay corresponden siempre a personas con posibilidad de tener “licencia”, No se trata, por tanto, de ningún medio popular. La mayoría de estos suicidas son personas de nivel cultural y económico alto. Como muestra, pondríamos el caso del doctor Antonio Marsella y Sierra –el último cirujano romántico sevillano-, que se mató de un tiro en su finca de Benaburque. También el del escultor Antonio Susillo, que se disparo en la sien un día de 1896. Más recientemente, está el caso de Juan Belmonte, también muerto de un pistoletazo. El úiltimo en nuestro recuerdo es el del doctor González Meneses que se quitó la vida de un disparo en su consulta del Hospital General.
En Sevilla, no tenemos noticia de existir el suicidio por arma blanca. El harakiri y el corte de venas no están en la línea de preferencia popular.
Como muerte química entendemos todos los envenenamientos posibles. Es evidente que para la selección del tósigo es necesario tener cierta cultura. Fruto de la ignorancia han sido todos aquellos casos históricos de intentos fallidos de suicidio a base de corrosivos (lejía, aguafuerte), tan queridos por las capas sociales sevillanas culturalmente más desvalidas y en donde se consigue un sufrimiento enorme y posterior sin conseguir el óbito. Quizás por este hecho mucha gente ha preferido sustituir su ignorancia por venenos referenciados en el comercio, siendo el paradigma de los mismos los diferentes matarratas y algunos productos químicos conocidos por su uso en profesiones diversas. El lugar de aprovisionamiento del veneno ha sido y es lo más habitual las grandes droguerías y las farmacias, considerando que estas últimas siempre han tenido más dificultades para el referido público. Entre el catálogo popular para poderse suicidar en Sevilla, podríamos considerar los matarratas, en general, y los productos químico-farmacéuticos.
En cuanto a los matarratas, los hay con arsénico (siglo XVIII), ya proscritos; con estricnina (siglo XIX), hoy también en desuso, y los anticoagulantes (actuales). Estos productos han sido históricamente los más apetecidos por los suicidas populares, al menos hasta los primeros años después de la guerra civil, fecha en la que aún estaban permitidos los arsenicales. Sin embargo, pese a la facilidad y popularidad para su adquisición, el intento de suicidio con los modernos raticidas es ya una anécdota, entre otras cosas porque es necesario tomar una dosis muy alta para que sus efectos anticoagulantes puedan matar al hombre, eso sin contar que cogido a tiempo, tiene un antídoto específico en la vitamina K. Por estos motivos la selección de los mismos ha perdido todo su interés. En cambio, todavía es posible encontrar estricnina para la matanza especialmente rural de perros descontrolados y alimañas. En Sevilla, siempre que se habla a nivel popular de bolilla (coloquialmente echarle una bolilla) se refiere al uso de estricnina, casi siempre procedente de alguna farmacia. Ya no existe el oficio de bolillero, que antaño se encargaba de estos menesteres. Hoy ha quedado reducido al uso clandestino en algunos cultivos y cortijos. Sin embargo, es posible encontrar casos aislados de matarratas caseros a base de la infalible bolilla, por las altas dosis de estricnina que contiene. Históricamente ha trascendido el hecho de que la muerte con este veneno es casi fulminante y precedida de convulsiones. En líneas generales, a nivel de pueblo, se considera que produce un fin limpio, que en menos de unos minutos hace perder el sentido, hace convulsionar y mata.
En cuanto a los productos industriales: lejía, aguafuerte, cerillas, fotografías, electrolisis para espejos, depilatorios (talio), doradores, etc., el uso de los diversos productos industriales por el suicida hispalense posee muchas variantes. Existe un grupo, los llamados corrosivos, en especial lejías, aguafuerte, sosa cáustica, sosa común, ácidos clorhídrico y sulfúrico, etc., que desgraciadamente, aunque a nivel casi de testimonio, siguen siendo empleados por gente ignorante. Prácticamente en el 99% de los casos, la ingesta de corrosivos no mata, produciendo una esofagitis corrosiva o cáustica que hará pasar un calvario en años venideros a los frustrados suicidas. De esta forma, no solamente no muere sino que queda invalidado con una estenosis del esófago. Es decir, peor de los que estaba. Más lógico, para las mentes suicidas más informadas, es utilizar productos rápidos e indoloros. De esta forma ha trascendido el nombre de algunos venenos, rodeado de hálito de prestigio necrológico. El sublimado corrosivo o cloruro mercúrico ha tenido cierta fama hasta los años cuarenta. La industria fotográfica lo tuvo comercializado bajo la forma de “baño de blanqueo” y otras indicaciones específicas. Hay casos muy conocidos de algunos fotógrafos suicidados por este sistema. Quizá el más dramático de todos haya sido el de Rafael Pavón, insigne retratista de la calle Tetuán que en la primera veintena del siglo XX se bebió voluntariamente la referida sal de mercurio. También en desuso, pero muy prestigiado en el siglo XIX, han sido los cerillos. Los “fósforos”, como se conocieron en Sevilla desde su introducción en 1854, han permitido morir a muchos hastiados de la vida. Sin embargo, este tipo de muerte ha desaparecido, sin duda en relación con la alta dosis de fósforo que tenían. Poseían, además, la cualidad de no matar instantáneamente, sino tras un periodo de lesionabilidad dell hígado. Otro ejemplo de producto industrial para suicidio ha sido el de las sales de talio, presentes hasta 1950 en los productos depilatorios femeninos. Evidentemente el talio es decalvante sin discusión. Donde se aplican las sales de talio, no vuelve a salir un pelo. Gracias a que los envases comerciales para el usuario traían una canina impresa y advertían de su venenosidad, el gran público tuvo conocimiento de su peligro. También existían matarratas hasta 1960 con altas dosis de talio. En cualquier caso, el suicidio con talio en nuestra tierra ha sido específico del sexo femenino. De otra parte, la industria para el dorado y el azogue de espejos y la electrolisis en general ha proporcionado algunos suicidas considerables. En efecto, el uso de cianuro potásico, veneno de reconocida solvencia popular, de las sales de plata, etc., poseen un prestigio evidente, aunque, en honor a la verdad, al usuario simple es difícil obtenerlo. En realidad, los venenos de elección en Sevilla provienen actualmente, en su mayoría, de las farmacias y botiquines caseros. Posiblemente esto sea debido a la dificultad de hacerse con ellos en las industrias y, desde luego, está directamente relacionado con la caída comercial de las grandes droguerías, las cuales prácticamente han desaparecido de Sevilla. Entre los productos farmacéuticos, habría que remarcar por su frecuencia, los barbitúricos, benzodiazepinas, otros sedantes, etc.
Por último, recordar que también es posible envenenarse en nuestra ciudad de otra forma. Nos referimos a la adición al tabaco, al alcohol y otras drogas blandas y duras. Es verdad que esta cofradía de adictos no pretende matarse, excepción hecha de drogadictos con sobredosis (heroína, etc.), pero no es menos realidad que conlleva cierto ambiente de ir liquidándose poco a poco, y en donde la frase “esto me está matando”, toma cada vez más predicamento conforme pasan los años del “suicidio aplazado”.